Archive for marzo 2011
CAN JOSEP
Tras varias intentonas frustradas que ahora no vienen a cuento, finalmente conseguimos reservar mesa y nos dirigimos el viernes pasado con grandes expectativas a Can Josep, en la calle Roger de Flor número 237, a instancias de algunas reseñas escritas por un conocido articulista al que seguimos y respetamos. La posibilidad de descubrir un restaurante de cocina casera pero bien hecha cerca de nuestro barrio, Gràcia, se nos antojó muy atractiva. Había que probarlo y cada fin de semana que pasaba y no íbamos sólo contribuía en aumentar nuestra ansiedad.
Se trata de un restaurante de barrio de “los de toda la vida”, pequeño, apenas seis o siete mesas, una cocina al fondo, y paredes decoradas con fotos de antiguas estrellas de cine. La verdad es que la historia pintaba bien. La carta, corta pero interesante, está perfectamente de acuerdo con lo que promete el sitio. Pedimos caracoles a la gormanda, croquetas de carne, mongetes con butifarra negra de primero para compartir y de segundos galta al horno, pies de cerdo, medallones de ternera a la plancha y confit de pato. Sólo puedo decir que lo mejor de la velada fue, por este orden, la compañía y el vino, un Montsant bastante bueno.
Entremos en detalles. Las croquetas, indudablemente, eran caseras y no dudo que cocinadas con todo el cariño del mundo, el mismo cariño que debe profesar el cocinero al aceite de no muy buena calidad y que impregnaba y reblandecía la, por otra parte, muy digna croqueta. De las mongetes diré que la butifarra era escasa, amén del exceso de aceite que invadía el plato. ¿Porqué racanear con uno de los dos ingredientes, máxime cuando la butifarra negra tampoco es que vaya a precio de puta de lujo? Los caracoles, bastante decentes, adolecían de un exceso de pimentón picante que mataban cualquier atisbo de otro sabor.
La galta de cerdo y los pies de cerdo fueron muy dignos, no así el confit de pato, seco como pocos y sin ningún tipo de acompañamiento. Vamos a ver, abrir una lata de confit de pato y ponerla al horno, sin más, no es lo que yo llamaría confit de pato, por no haber no había ni el desdichado aceite. Y los medallones, de buena calidad, buena materia prima pero, otra vez, asesinados en una balsa del más temible de los ingredientes. Dejo a vuestra imaginación la adivinanza de dicho ingrediente. Una pista, es de color oro.
RISTORANTE DA ADRIANO
Pongamos que hablo de un lugar frío, donde el viento golpea los cristales y en la cocina preparan “cappelleti del prete” y “spezzatino” de cordero. Pongamos que encima de la cornisa de una chimenea reposan platos y ánforas de cobre. Afuera resuena el eco de los cencerros de las vacas y repican las campanas de Agnone. Ya hemos llegado. ¿Habéis adivinado dónde? A Molise, la Italia “terrona”. No hay mejor tierra para reencontrarse con lugares y sabores antiguos que resisten a la civilización. Los molisanos, aferrados al pasado, mantienen intactas sus tradiciones.
Prueba de todo ello es el restaurante de Adriano en el casco antiguo de Carovilli, a pocos kilómetros de Agnone. Se trata de una vieja casa de dos pisos, rústica y acogedora. Un retrato del emperador Adriano sospechosamente parecido al propietario domina la sala, en un notable acto de megalomanía.
Adriano y su familia te atienden y cocinan para ti durante toda la tarde. Las primeras palabras que brotan de los labios del “verborréico” personaje “caaalmaaa” te ponen en alerta sobre lo que vas a encontrar. La prisa no debe estar en tu vocabulario si has decidido que Adriano te sirva su menú degustación. ¡Un sinfín de platos se sucede durante casi cuatro horas cuando nos damos cuenta de que estamos ante la versión rústico-ítalo-ebria de nuestros chefs estrella!
El Alto Molise es una tierra rica en trufa negra y blanca, y en ésta última se fundamentan muchos de los platos que probamos. Si, como nosotros, eres amante de la trufa blanca, no puedes dejar de ir a Adriano. ¡Pocas veces habíamos visto una trufa blanca de ese tamaño y olor rallada al instante en gruesas lonchas sobre un humeante plato de pasta!
Pero me estoy adelantando, así que vamos a empezar por el principio. La propuesta gastronómica de Adriano se sustenta en productos locales y de temporada, muy frescos y de la máxima calidad, lo que lo emparienta con la filosofía Km0 y slow food. Para empezar nos traen un par de botellas de vino Montepulciano d’Abruzzo y una cesta con unas buenas rebanadas de pan frito, al estilo de nuestras torrijas pero sin estar macerado en leche y canela. Cuando estamos empezando a degustar el vino aparece el primer plato, una selección de quesos de la región, absolutamente imbatible, para acompañar con miel y diversas mermeladas, lo que es una costumbre muy italiana. Sólo decir que la ricotta, que estaba recién hecha, era de las que no se olvidan fácilmente, además del famoso caciocavallo, mozarella y pecorino. Luego nos traen “cacetto” (un tipo de queso) fundido al horno con “porcini”. Sublime. A renglón seguido sale un plato hondo con sopa y un buen pedazo de lasaña a los cuatro quesos sumergido en el caldo. Se trata de una reelaboración de un plato de invierno muy clásico en la zona.
Después de esta introducción y tras otra botella de vino llega lo que todos estábamos esperando y por lo que es famoso el restaurante. La pasta con trufa blanca. Nos traen unos generosos platos de “papardelle” con queso fundido y mantequilla mientras Adriano se pasea e intenta hilvanar un deshilachado discurso, trufa blanca y rallador en mano, lascando cuanta trufa queramos encima del plato. El olor que se desprende es indescriptible. Después de esto ya puedo decir que todo el viaje y el desplazamiento han valido la pena.
Llegados a este punto nos encontramos bastante llenos, pero todavía quedan platos por llegar, así que nos mentalizamos para seguir comiendo y pedimos otra botella de vino que rápidamente llega a nuestra mesa. ¿Había mencionado que no teníamos que tener prisa? Porqué ha llegado la hora de comer unos buenos solomillos cocinados al horno en su jugo y cubiertos por enormes rodajas de trufa blanca. Llega una gran bandeja a nuestra mesa de la que nos vamos sirviendo los que todavía somos capaces de seguir el ritmo. ¿Pero, cómo vamos a dejar semejante manjar? ¡Hay que acabar con él! En éstas aparece Adriano y se sienta a nuestra mesa con un par de botellas de grappa, unos dulces caseros y mucha conversación. Así, continuamos la sobremesa hasta que nos dirigimos a la cocina para saludar a su mujer, la heroína que, junto a Adriano, ha estado al mando de los fogones, y para echar un último trago de un ron añejo.
Ahora ya estamos preparados para afrontar el gélido frío de Carovilli y dar un paseo antes de coger los coches para volver a casa. Con un cariñoso abrazo nos despedimos del “Imperatore” que merece todos nuestros respetos. Sólo puedo decir que aquí, volveremos.
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